sábado, 7 de enero de 2012

Atrapadas en el tiempo. Norina Nieto


Hace mucho tiempo fui a casa de mi abuela que vivía al lado del mar. Una tarde estábamos las dos mirando al mar cuando de pronto los relojes de la casa empezaron  a ponerse blandos como si fueran de plastilina y se estuvieran derritiendo. Entonces el tiempo transcurrió muy lentamente, como si algo impidiera que las agujas de los relojes se movieran.
Como no sabíamos qué hacer seguimos mirando el paisaje, al cabo de un rato miramos otra vez los relojes y estos yacían con la misma impresión que hacía un rato aunque ahora parecían agotados del sol, el mismo sol que no bajaba ya que ni las horas ni los minutos transcurrían como debía ser; parecía un lago de tiempo atracado en la playa, sin poder seguir su camino. Mi abuela y yo nos miramos extrañadas sin saber qué hacer; los relojes estaban ahora en sitios diferentes estirándose como si de chicle se trataran.
El paso de las horas nosotras lo notábamos aunque los relojes no hicieran su trabajo; seguimos nuestras vidas hasta que algo se nos ocurriera para que los relojes volvieran a su estructura normal.
Un día a mi abuela se le ocurrió mirar a ver la razón por la que los relojes no funcionaban bien; primero empezó por la estructura y el material del cual estaban hechos. Un rato después pensó que a lo mejor, a los relojes, les fallaban las piezas con las que estaban fabricados. En realidad ella no lo sabía muy bien, no sabía qué era aquel fenómeno tan extraño por el cual ocurrían esas cosas…
Pasaron unas semanas y los relojes por si solos se iban incorporando y poniéndose rígidos, como se supone que eran. Mi abuela y yo nunca averiguamos el motivo por el que pasó toda aquella historia, pero lo que sí sabemos es que vivimos una aventura del tiempo algo inesperada.
Mi abuela, un día se preguntó si el resto del mundo también estuvo atracado en el tiempo, y como ella, curiosa como nadie, tenía que saberlo llamó a su hermana que vivía en Andalucía, lejos de ella, y esta no se creyó nada de lo que su hermana le estaba diciendo, decía que estaba loca y se le había ido la cabeza de tomar tanto el sol en la costa.
Mi abuela se extrañó mucho al ver que la “aventura” que vivimos solo nos pasó a nosotras, o al menos a la gente de la costa. Parece ser que nosotras seguimos un tiempo con nuestra vida atracada en el tiempo, menos la demás gente que vivía cómodamente su vida sin “atascos en el tiempo”.

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