domingo, 8 de enero de 2012

La habitación de Van Gogh. Ana Soriano.


Era un día caluroso de verano. Era por la tarde, me estaba preparando para ir a la piscina con mis amigas. Le pregunté a mi madre dónde estaba mi bañador, ella me contestó que estaba arriba, en el lavadero. Subí las escaleras, y cuando iba a abrir la puerta del lavadero, vi algo que no era normal. Me acerqué al cuadro que se encontraba encima de la televisión. Era el cuadro de “La habitación” de Vincent Van Gogh. En el cuadro había algo que no encajaba, había dos personas que nunca habían estado allí, y una de ellas estaba llorando encima de la cama. De repente, noté un fuerte aire en la espalda, raro en esas fechas, me giré, y un remolino de aire me rodeó. Entonces vi a mi alrededor una habitación simple, no muy nueva, y sin muchas comodidades. En algunas esquinas de la habitación en la que me encontraba, la pintura se caía a pedazos, y había humedad. Oí unas voces que se acercaban, y me escondí debajo de la cama. Mantuvieron una conversación no muy larga. De repente uno de ellos se sentó encima de la cama, y yo debajo noté el golpe que me había dado en el brazo, y después de sentarse se echó a llorar, como yo había visto en el cuadro minutos antes. El señor que lloraba le dijo que era lo único que le quedaba y que se lo pagaría como pudiese. El otro señor, con traje de chaqueta, decía que era su trabajo y que tenía que hacerlo. Más tarde salió por la puerta. El otro, se tumbó en la cama. Al sentarse, me volvió a golpear en el brazo y esta vez no aguanté y me resentí en voz alta. Se levantó rápidamente de un salto y miró debajo, y allí estaba yo. Sorprendido, y al mismo tiempo enfadado, me preguntó quién era, cuánto tiempo llevaba ahí dentro y qué hacía allí. Yo le conté lo que me había pasado y lo que había oído. Tan desesperado como estaba, no me tomó por loca, y me dijo que me podía quedar el tiempo que quisiese mientras pagase. Le dije que solo llevaba 15 euros. Se quedó pensativo. Pasados 5 minutos me preguntó qué eran los euros, y le enseñé el billete.
Al día siguiente, me despertó y me dijo que el dinero que le había dado no se conocía, y que por lo tanto era una riqueza. Salté de la cama de alegría y le di las 5 monedas de euro que aun me quedaban, le dije que se las quedara, y el las aceptó. Volví a sentir el aire en mi espalda, rápidamente me despedí de él, y me dio las gracias. Me volvió a rodear ese remolino de aire y al momento ya me encontraba otra vez en mi casa. Estaba contenta de haberle ayudado, volví a mirar el cuadro y allí se encontraba él, con una gran sonrisa contemplando su habitación, pensando que nunca más la podría perder.
Tal vez pintara ese cuadro por el cariño que le tenía a esa habitación, o tal vez porque siempre lo quería recordar.

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