martes, 10 de enero de 2012

EL SASTRECILLO GEPETTO. Lydia Guiñón.


Hace muchos, muchos años, en un pueblo muy lejano en el país de nunca jamás, vivía un sastrecillo llamado Gepetto. Todas las noches antes de irse a dormir, el sastrecillo lloraba porque estaba muy solo y le pedía a su espejo mágico, que antes de morir, pudiera tener entre sus brazos un pequeño al que pudiese llamar hijo, que le ayudara con todo el trabajo que tenía en su sastrería.
El espejo, como no era un espejo bueno, porque había vivido siempre en el castillo de la madrastra de Blancanieves, que era una bruja muy hermosa pero muy mala, le prometió a Gepetto que le concedería su deseo.
A la mañana siguiente, un fuerte ruido despertó a Gepetto, salió corriendo de la cama. Todos los muebles del comedor estaban tirados por el suelo, los vasos y los platos rotos e incluso una silla colgada de la lámpara. Una pequeña figura que pasaba volando muy rápido por la habitación, mientras con una voz chillona le decía:
-¡Hola papi! Me llamo Campanilla y tú y yo vamos a ser muy felices.
Gepetto se quedó anonadado mientras se sentaba en la única silla que quedó en el comedor. Mientras oía al espejo que entre risas le decía:
-Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir.
Gepetto enseñó a Campanilla a coser y todas las mañanas cuando se levantaba encontraba que todos los trajes estaban terminados.
Campanilla, todas las noches cosía y cosía para hacer feliz a su nuevo papá.
Y en todos los años que vivieron juntos Gepetto fue el padre más feliz del mundo. Aunque Campanilla tenía un pequeño defecto, cuando mentía le crecía la nariz, y casi todas las ganancias las usaban en poner cristales nuevos en las ventanas, pero fueron felices y comieron perdices durante muchos muchos años.

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